Quince minutos -CapituloXIII- Coge el dinero y corre
¡Eps! Despierta. Deja de soñar, parece que pasa algo. Todos nos hemos puesto como más derechos, menos Natacha que se ha levantado del piano y se ha ido al sofá donde simula bostezar con gran aparato para demostrar que se continúa aburriendo. Descubro que me mira y comienza a simular en silencio que habla y habla. Casi puedo oírla quejarse de las guitarras, del fútbol, de los toros... de todas esas cosas a las que los tíos damos tanta importancia y que en realidad solo son chorradas. Juguetes caros, juguetes que necesitamos, no sé si para confirmar que hemos crecido o que nunca lo acabaremos de hacer.
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Nabokov descubre América 001 |
El técnico ha dado un veredicto eso no significa nada más que efectivamente es una Rickenbacker 325 construida sobre 1958 o 1959, más posiblemente en 1958, que originalmente era en acabado natural y luego fue repintada en negro, pero no con el JetGlo patentado y original de las Rick –muchas, muchas capas de poliuretano, carísimo en la época, secado con rayos UVA– , sí no con otra cosa –posiblemente nitrocelulosa negra Bayer–, por alguien que lo hizo con más cariño que profesionalidad o por un pintor de coches con más profesionalidad que cariño. Ese alguien puede ser el mismo que cambió el puente Kauffman Vibrola original por un Bigsby, a juzgar por dos agujeros huérfanos que han quedado ocultos bajo él, visibles con una cámara de laringoscopia o como se llame. Los potes tampoco son originales, son Rick, pero de otro modelo. Amparo asegura que el papel de las dos playlist es idéntico, pero que es muy corriente, pertenece a una libreta escolar utilizada en Inglaterra desde el final de la segunda guerra mundial hasta los años ochenta, es un papel de buena calidad, si no le da el sol puede durar siglos y es difícil fecharlo, la tinta tres cuartos de lo mismo. Amparo también nos resume el trabajo de un grafólogo, que solo ha tenido fotografías para trabajar, sus conclusiones son que puede que sí, puede que no. Son personajes famosos con muchas muestras de escritura a disposición de quién se moleste en buscarlas, además se han pasado al lado oscuro suficientes compañeros de profesión capaces de facturar una lista, como esta, imposible de distinguir de una real.
El último tramo del informe es largo y denso, pero se resume en que la
muestra ni siquiera es una carta, solo algo parecido a una lista de la
compra y con eso no hay nada que hacer. La cinta que sujeta el papel a
la trasera es moderna, pero se aprecian restos de al menos dos adhesivos
antiguos bajo ella.
Nada más, nada menos, al final todo es cuestión de fe.
–¿Y si la probáis, chicos?
Dice Natacha mientras se estira por enésima vez en el sofá. Es lo más
sensato que nadie ha dicho en la habitación en toda la mañana.
–¡Rafael, un jack!
Ramoncito coge la guitarra con reverencia y se sienta en una de las
sillas, Rafael le da el extremo del jack y luego deja que se desenrolle
hasta el suelo.
–Sr. Gordon, ¿quiere hacer los honores?
Me pasa el otro extremo, la clavija de tres cuartos está chapada en oro,
me parece una horterada, puestos a dejarnos llevar por la pijería, me
parece mejor elección la plata, es mejor conductora, hasta el óxido de
plata es mejor conductor. Me acerco al AC30 a un paso ya noto el calor
que desprende, debe llevar más de una hora encendido y en standby como mandan los cánones. Me encuentro murmurándole al combo.
–Tranquilo esto no va a dolerte.
Que es una chorrada que podría decir Púas, que siempre andaba, anda, hablándole al equipo.
–Listo.
Ramoncito se ha puesto una pequeña banda de cuero que une su dedo anular
y el meñique de la mano izquierda, me doy cuenta de que las manos le
tiemblan bastante, como si no tuviera mucho control sobre ellas,
nuestras miradas se cruzan y veo un dolor, un algo que comparto.
–Vamos –el mismo se da la salida.
F#m, B7, E, C#m, A, F#m, D, B7; conozco eso, todo en tresillos, muy
adecuado F#m, B7, E, C#m, La, B7, E; leo las posiciones en sus dedos, me
es fácil, las conozco, se entrebanca un poco, pero es sentido C#m, G#, Mi. Todo mi amor te envío, todo mi amor querida, es cierto.
Para, retira con dificultad la mano, se le ha quedado un poco engarfiada
alrededor del mástil –como si sus dedos se negaran a abandonar el
diapasón–, después me ofrece la guitarra.
–Mejórelo por favor, no ofendamos al fantasma.
No puedo negarme, cojo otra de las sillas y me pongo frente a él, acepto
la guitarra y la deposito sobre mi muslo derecho, bastante más lejos de
mi cuerpo de lo que me es habitual, continuo sin querer rozar el trozo
de papel amarillento de la trasera que lleva tantos años pegado ahí, o
no.
–Él tampoco era muy limpio, podía serlo si quería, pero a veces parecía golpearla como un tambor.
Cierra los ojos y te besaré, mañana tendré que marcharme y no sé cuándo
podré volver. Siempre me pareció una progresión fantástica. La he tocado
muchas veces, arpegiándola o seca y cortando, he bebido de ella. Es
parte de mí, creo que consigo transmitirlo y por eso por un momento es
parte de todos. Acabo. ¿Debería devolver la guitarra? ¿Tocar más? ¿Cómo?
He olvidado todas las canciones, especialmente las que conozco. Sobre
todo, las mías.
–Toca ésta.
Natacha toca las teclas del piano, más bien las golpea, como siempre
todo muy honky tonk. Me desbloqueo de golpe, mi pulgar retoma su guerra
eterna con el bordón y en el cuarto compás encuentro la voz del trueno
en mi estomago:
Voy en bajada
La gravedad me arrastra
¿O es qué, me dejo llevar?
No puedo engañarte
Se me hace tarde
Tengo asuntos, al otro lado
De la ciudad
Ella responde:
¿Vas de bajada?
¿La gravedad te arrastra ?
¿O es que, te dejas llevar?
Te crees muy duro
Con esa pose de chulo
No eres tan interesante
Nada por lo que esperar.
Que no es exactamente la letra, pero a ella se lo puedo dejar pasar, porque ya llega el estribillo y allá vamos juntos.
¡Así queeeeeeeé!
Bésame
Es la última vez.
Ramoncito ha sacado una armónica de entre sus harapos y toca algo que
suena muy decepcionado, como un cachorro al que no sacan a pasear. Ella
sigue.
¡Dices!
Que la gravedad te arrastra
Que no te puedes parar
¿Eso es qué te quieres marchar?
¿Te pones colorado?
No me trago la excusa de asuntos
Al otro lado de la ciudad
Me encuentro graznando junto a Ramoncito, canta muy nasal, sonamos como dos borrachos.
Te crees muy lista
Y en el espejo, muy especial
Todo lengua afilada
Y muy poca urbanidad
¡Así queeeeeee!
Bésame
Es la última vez.
Y entonces nos perdemos, pero es igual. Ella ríe, yo río, Ramoncito
prolonga eternamente una sola nota y cuando al fin esta muere, sonriente
mira alrededor como si buscara a alguien más a quién hacer partícipe
del momento, no lo encuentra y parece un poco decepcionado. Mr. Elvis ya
ha abandonado el edificio. Amparo está mirando fijamente a Natacha,
supongo que cambiando su clasificación en el esquema de las cosas –creo
que de florero a castillo de fuegos artificiales–, pero yo no sé mucho
de mujeres. Devuelvo la guitarra a Ramoncito y comienzo a masajearme el
antebrazo que se me ha quedado rígido.
–Convénceme para que la compre, dime que es lo que parece –me dice, casi me suplica.
–No lo voy ni a intentar. Solo tengo la palabra de alguien, que tiene la
palabra de alguien. El fantasma… El fantasma se ríe de nosotros, nunca
fue un mitómano del equipo. Al final ¿cuánto tiempo estuvo arrastrando
la misma Casino? ¿Diez, quince años? Y no creo que le volviera loco,
solo era porque para entonces ya tenía cien tipos detrás recogiéndola
cuando se la olvidaba. Le debemos parecer ridículos.
–¿Qué ampli vas a utilizar esta noche?
Reconozco la cita, sé la repuesta.
–Uno que funcione.
–Eso dijo.
–Sí.
Ramoncito se me queda mirando. ¿Cuánto dinero tienes? ¿Cuántos cajones y
cajones de billetes escondidos por ahí? Yo todavía tengo un par de
latas ¿Tienes algo más que billetes? Una hermana protectora. Rafael.
Poco tiempo. No puedes comprar tiempo ¿Intentas hacer amigos al otro
lado? Quizás debería hacer lo mismo.
–Me la quedo.
¿Tendría que alegrarme? ¿Ponerme cachondo? No lo sé, solo hago un gesto
afirmativo y me alegro porque ya puedo marcharme, cuando recuerdo algo.
–Queda el pequeño detalle del pago.
–Así es, Rafael. Por favor.
–Un momento.
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Navokov. En la cama con L. 001 |
Solicita Rafael, antes de perderse nuevamente en las profundidades de la
suite para aparecer al cabo de un momento con una bolsa de viaje que me
entrega, mientras en mi cabeza resuena la advertencia: No jodas a
Ramoncito, no dejes que te joda. La bolsa está llena de paquetes de
billetes de veinte dólares agrupados de cuatro en cuatro en bolsas al
vacío. Nunca he visto tanto dinero en mi vida, a no ser en la
televisión. Hay paquetes y paquetes y más paquetes. Cojo uno cualquiera y
con dificultad lo saco del plástico y hago un abanico con uno de los
fajos. En realidad, no sé qué estoy haciendo, no sabría distinguir un
dólar autentico de uno falso, a no ser que estuviese dibujado con
rotulador en papel de wáter. Cojo otro paquete y repito el simulacro de
escrutinio, tengo la nariz llena de olor a dinero, puede que sean falsos
pero el olor lo clavan.
–¿No quieres contarlos?
–Es muy aburrido, sin una máquina. Alguien se ocupará, de eso y de... autentificarlos.
–Entonces creo que hemos terminado, la transacción. ¿Pensáis quedaros en Madrid?
–Queríamos regresar cuanto antes a Barcelona, terminar la tarea.
–Barcelona, Tengo que volver, aunque ahora ya hay demasiada gente. El número de teléfono que tengo ¿es funcional?
–Sí, es mi teléfono.
–Si paso por ahí, puede que te llame. Hacemos algo de música, más tranquilos. ¿Ok?
–Me gustaría.
Lo cierto es que lo digo de verdad, me gustaría volver a verle, aunque
ahora mismo observando como parece manipular con mucho cuidado su propio
cuerpo para depositar un beso en cada mejilla de Natacha lo dudo. Hay
una serie de despedidas y promesas y Rafael nos hace el gesto de
acompañarnos a la puerta. Natacha lo ignora.
–Ramón.
–¿Sí?
–Llama a tu amigo. Ten la discusión.
Ramoncito parece pensarlo por un segundo, hace un gesto como de espantar
un pensamiento que revolotea frente a él, no contesta y desaparece tras
las puertas correderas. Mientras el técnico guarda todos sus trastos me
pregunto quién tocará a partir de ahora la guitarra o si acabará en un
armario o en una caja fuerte. Me extraña preocuparme por eso. Espero que
el fantasma consiga escapar, si lo desea. Mi mirada se vuelve a cruzar
con el poli del revolver, su cara es una máscara, impasible. Eso me
preocupa más que si me hubiese escupido. Noto la bolsa en mi mano y
decido que es más golosa de robar que la guitarra. ¿Debo preocuparme?
Claro, es mi especialidad.
Ya en el ascensor Natacha bufa y se derrumba contra el lateral del
ascensor, por primera vez desde que la conozco me parece cansada, casi
desvalida. ¿Qué edad tiene? Ahora mismo parece tener trece años. El
ascensor se abre con su dring ¿B? Y cruzamos el vestíbulo, hay un montón
de orientales y sus maletas que lo ocupan en su totalidad. Por una vez
resultamos moderadamente invisibles. La bolsa pesa, el papel no es más
que una de las formas de la madera. La madera pesa de media unos 500
Kilogramos el metro cubico, unas más otras menos, el boj, como la caoba y
alguna más se hunden en el agua. ¿Qué coño estoy pensando?
–Crucemos por la cafetería, luego en el jardín salimos por la verja, la puerta lateral…
–Y cruzamos la calle y entramos en nuestro hotel ¿Eso es lo que planeabas anoche?
–No, se me acaba de ocurrir. ¿Sabes que los dólares están hechos con pulpa de algodón, de la planta del algodón?
–¿Eso es importante?
–Me ha venido a la cabeza y lo he tenido que soltar. Me parece más natural ir hablando contigo que mirando al frente.
–Ramón está enfermo, muy enfermo.
Mi camuflaje se desvanece en el aire, no contesto, soy incapaz de tener
una conversación informal sobre ese tema. Cruzamos la cafetería, llena
de sofás y mesitas bajas, donde señoras y señores elegantes planifican
como intentar seguir dominando el mundo hasta que les explote entre las
manos. Un caballero muy mayor sigue con la mirada a Natacha con la
desfachatez que solo se consigue con la edad. El jardín huele a hierba
recién cortada, un pájaro canta, el murmullo de la avenida se presiente
al otro lado de los setos, todo es trivial, todo es como siempre y a la
vez el paisaje, el aire que me rodea parece un sólido de colores
bruñidos, tengo la boca seca, como si acabara de fumar y me estoy
meando. Un minuto, dos y entramos en la recepción de nuestro hotel, diez
pasos, otro ascensor y parece que ya estamos en otro mundo. Natacha se
derrumba sobre su cama.
–Estoy agotada.
Estoy a punto de preguntarle por qué. Durante toda la entrevista se ha
comportado como si estuviera de camping con viejos conocidos. ¿Su
entereza, su aplomo? ¿Cuándo es real, cuándo artificio? Después de esta
mañana ya nunca lo sabré. Ahora mismo bufa.
–Hay algo raro en todo esto. ¿Titojorge sabía que a quien íbamos a… visitar era Ramón?
–Sí.
Se queda en silencio, debe estar repasando datos en su cabeza igual que yo he hecho antes.
–Ahora me pregunto si sé para que estoy aquí.
–¿Vigilarme a mí?
–¿Vigilarte? Yo tenía que convencerte para que me compusieras unos temas
o eso creo, él solo me dijo: niña, corre tras Gordo, tiene algo que no
tiene nadie: conoce sus límites, te enseñará los tuyos. No sabía quién
eras, no había escuchado nunca nada tuyo, pensé que era una prueba, algo
así. Luego lo detuvieron y acabé aquí.
Púas, tendremos una conversación cuando esto acabe. Ahora tendría que
concentrarme y conseguir acabar con este asunto en vez de ponerme a
intentar comprender los motivos y los actos de... ¡Mierda!
–Tenemos un problema.
–¿Otro?
–El dinero, abulta mucho, no pasaremos el control del tren.
–Es papel; ¿quieres decir que la máquina puede verlo?
–No sé si les entrenan de manera diferente, pero en la frontera con
Andorra seguro que lo identificarían; en todos los aeropuertos saben ver
el tabaco ¿no?
Ella mastica la noticia un instante, intenta rechazarla, igual que yo hace un segundo, y después la acepta.
–Hemos de regresar a casa de otra manera, si tienes razón tampoco podemos volver en avión. ¿Quizás en un tren de los de antes?
–¿Existen todavía?
–Intentemos averiguarlo.
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Nabokov- Retrato001 |
Cacharreamos un rato con los teléfonos, desde distintos enfoques
llegamos a la misma conclusión, todos los trenes hacia Barcelona salen
desde Atocha, todos tienen nombres muy chulos, son rápidos, muy rápidos o
vuelan bajo. Se toman desde la misma terminal y en todos ellos pasan el
equipaje por rayos X. Lo he visto, ella lo ha visto, no se lo toman tan
en serio como en el aeropuerto, eso es cierto, pero la posibilidad de
que semejante cantidad de paquetitos, todos iguales, tan pulcros, tan
bien colocados, llame la atención de un funcionario o un guardia de
seguridad es enorme.
–¿Cometemos algún delito?
–De entrada, no, pero tampoco podemos explicar por qué llevamos tanta pasta encima.
–Yo siempre llevo algo de suelto para propinas.
–Y para los taxis.
Reímos, una risa cansada, desesperada. Estamos nerviosos, yo lo estoy,
aunque el mundo me parece granulado como una foto vieja y lo que
realmente me preocupa es que no tengo nada para fumar, luego el momento
pasa. Ella vuelve a parecer entera, yo miro por la ventana a las copas
de los árboles del otro lado de la calle.
–¿Los autobuses? –se me ocurre.
–Probemos.
Treinta minutos después un taxi me deja en la estación de autobuses. Hay
bastante peña que viene y va en los muelles. No hay aparatos de rayos
X, solo gente con muchas maletas. En el cuarto de consignas dos
¿negros?, ¿hombres de color?, ¿extracomunitarios?, ¿cuál es la forma
correcta de etiquetarlos?, han extendido unas esterillas y leen
arrodillados un libro en grafía árabe, puede que el Corán u otro libro
de autoayuda cualquiera. Me gustaría tener fe, fe en lo que fuera, poder
dirigirme a algo, a alguien, al que poderle pedir ayuda en los malos
momentos. Me paso el día quejándome por una cosa u otra, nunca estoy
satisfecho con nada y no tengo fuerzas para buscar algo mejor. Sería un
coñazo para cualquier divinidad. ¿Podría ayudarme en algo? Cuando el
poli joven, con una tirita en la oreja, me clava algo duro en los
riñones descubro en que.
– ¿Dónde están la puta y el dinero?
Continúa siendo un maleducado.