Quince minutos -Capitulo XII- Puertas abiertas a un año más
Mientras los científicos siguen jugando te contaré una cosa, un
episodio, que, aunque no lo parezca, después tiene cierta importancia.
Si algo saco de esto parece que va a ser un nuevo mote: Gordon. Vale, es
muy parecido al de siempre, pero aun así es una excepción. Intenté que
otros se me pegaran, pero fue imposible. Probé con el Buda de Malasaña,
nada, ya estaba cogido, qué decepción. ¿Qué tal el Gólem de Fuencarral?
¿La Masa de Entrevías? ¿El Kraken de la Vaguada? Imposible, todos lo
motes chulos me acababan resbalando y Mister Teflón tampoco estaba
libre. Al final solo me quedo Gordo, el eterno y fiel Gordo.
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Alta atención 002 - 2021 |
No es bueno tener siempre el mismo mote, al final siempre llega a los
oídos de los malos y normalmente con él tienen suficiente para empezar.
Después si se enteran de que Gordo no se mueve por mariconadas y que
dicen que conoce gente, se motivan y no queremos que se motiven.
Yo soy el Gordo, estoy ahí, metido en medio de todo, desde ya hace años,
casi desde el principio. ¿Cuándo fue el principio? Si me preguntas te
diría que toda esta sobreexposición mediática empezó con un entierro.
Sí, el del batería de no sé quién. Con el entierro no, cojones, con el
concierto que juntó a todos los novísimos aquellos con los periodistas
con columnas que rellenar. No estaba, pero me lo contaron de primera
mano. A todo le descubro una cierta simetría, también a esta movida que
empezó con un entierro y acabará con uno, o con un mogollón, con el mío
si no ando con ojo.
Últimamente la gente tiene la mala costumbre de morirse –a nadie parece
importarle, se juegan cosas más importantes delante y en la retroscena,
solo a los propios muertos o a lo mejor ni a estos–. La diva suprema
opina que en este negocio –sí, negocio, hace mucho que nadie lo ve como
una forma de arte, quién así lo asegura miente– lo más fácil es diñarla
estrellándote con un automóvil en alguna carretera perdida, entre dos
fiestas mayores. Está muy equivocada, yo lo que creo que lo que se está
cargando a la juventud de este país es mezclar Rohypnol y Heroína. Como
puedo conseguirte ambos, ¿en qué me convierte esto?
Juventud hedonista y malcriada, suburbial y desesperanzada, solitaria y
egoísta. Se escucha que por el Norte es el mismo gobierno central el que
introduce el polvo, con el maléfico propósito de desmovilizar a la
juventud de las luchas sociales, sindicales y nacionales. Sería
fantástico que así fuera, significaría que el gobierno al menos tiene
planes y la decisión para llevarlos adelante. A mí no me hacen falta
teorías conspiratorias, si algo se puede explicar por la estupidez de
los implicados... seguro que esta es la causa.Las calles de todas las ciudades se llenan de zombis; jóvenes sucios y
subalimentados que piden limosna, roban o ambas cosas, solo pendientes
de la próxima dosis de felicidad hidrofílica, opiácea, instantánea. Es
lo que tiene la felicidad sintética: es alcanzable, real. La otra nadie
puede asegurar que exista.
–¿Qué se cuenta por ahí, Gordo? –me dice cualquiera.
Una cuenta atrás, eso es lo que se cuenta. Alguien te saluda hoy y
mañana te enteras de que está muerto. Hay un floreciente mercado de la
rehabilitación con proveedores laicos y religiosos, estatales y
privados, científicos y esotéricos.
–Exageras, Gordo.
¿Exagero? Eso es porque tú no ves los fajos de billetes, estos grandes
billetes de la época, atados con gomas, dentro del recinto construido
bajo una baldosa en mi cutre habitación. Ni los otros enterrados en
agujeros de las Guillerías, dentro de latas a más de cuatrocientos
kilómetros de aquí.
–¿Estás libre Gordo?
No siempre, trabajo mucho. Cargo y descargo, trepo por torres cada vez
más altas, más inmensas, con focos igual de intimidatorios y doy luz y
sonido a espectáculos cada vez más elaborados, más organizados, más
predecibles. Me sorprendo observando a los clones de los clones de
propuestas anteriores, con todas sus aristas limadas y empujados por el
ano del gran público. ¿No queríais esto? Tomad, tomad, tengo más. Lo que
era alternativo ahora es generalista. No me importa, nunca me pareció
excepcional, aunque ¿qué importa mi opinión?
Los locales cierran, no hay sitios donde tocar, se endurecen los
requisitos de seguridad, la burocracia, las reordenanzas urbanísticas
municipales, intentan –y consiguen– expulsar los pequeños escenarios de
sus enclavamientos originales hacia extrarradios industriales
subpoblados, donde solo se puede llegar en coche y están construidos en
el terreno del cuñado de alguien. ¿O eso pasó antes? ¿Quizá después? No
pongas esa cara, hemos sido deglutidos por el sistema, ya solo somos
mierda seca, un subproducto de la hostelería, de la industria del
entretenimiento.
Bum Bum se larga sin despedirse, creo que ha vuelto al Norte, perseguido
por fantasmas reales o imaginarios. Bam Bam amanece muerto, no quiero
hablar sobre ello; ¿era mi amigo? Su habitación estuvo años puerta con
puerta con la mía. Le oía. No déjalo, no importa, no quiero pensar en
ello, todavía.
En la televisión todo esto no pasa. En ella el país se moderniza a pasos
agigantados, se estandariza, se normaliza y todos se sienten muy
orgullosos. Todo el esfuerzo invertido en superar errores del pasado ha
fosilizado en un autismo hacia el presente. Como mi propio autismo hacia
la consecuencia de mis actos.
Toco la guitarra, escribo canciones, fusiono estrofas que viven
solitarias en páginas diferentes de mi cuaderno, veo como intercambian
sus versos y como se vuelven a separar, creo que hay una veintena, poco
más, en una libreta de hojas sin pautar. Escritos a lápiz los versos se
borran con el roce de las hojas. Eso me gusta, es como la misma música
que acaba esfumándose en el aire. Mis versos y yo avanzamos por las
hojas, siempre hacia adelante. Hay pequeños agujeros de borde oscuro en
el papel que escribo ¿por qué? Siempre tengo un petardo en la boca y no
soy muy cuidadoso a la hora de deshacer la resina de hachís y voy
derramando pequeñas piedras incandescentes en todas direcciones, como el
volcán más pequeño del mundo. Pedazos ardientes que cuando caen el
papel lo traspasan, igual que a mis camisetas, las sabanas,... Todo lo
que me rodea vive en permanente peligro de incendio. Un día me duermo
con un peta en la mano, me hago un gran quemazo en el cuello y de paso
le pego fuego a la cama. Lo ignoro, solo es una cicatriz más.
Sueño que tengo el alma llena de pequeños agujeritos por donde se me
escapa la vida en forma de esperanzas rotas. Me despierto furioso y
comienzo una larga lista de palabras y lugares comunes que prohibiré
incluir en las canciones, el hipotético día que sea nombrado dictador
supremo de la música pop. La encabeza esperanzas rotas.
–¿Cómo estás?
Reconozco su voz al instante, ella nunca me llama Gordo, me resulta
extraño es como tener una identidad diferente, una que guardo solo para
ella, en un ropero cojo que hay en un rincón de mi mente.
–Estupendamente –miento– me alegro de oír tu voz. ¿Cómo va la vida en el
firmamento?, con las otras estrellas, ¿se entiende lo que digo? ¿Es muy
rebuscado?
–Se entiende. ¿Qué estás escribiendo?
–¿Cómo sabes lo que estoy haciendo?
–Te pones pedante con un lápiz en la mano.
–A veces me asustas. Mentira, siempre me asustas.
–Eso seguro que es de una canción, esas frases las sueltas para ver si funcionan.
–¿Eso hago?
–Si fueras tú solo.…
La sombra de Javier es alargada. Se interpone entre nosotros si es que
hubiera un nosotros que no lo hay. Hay un ellos, hay un yo.
–¿Cómo está Javier?
Me importa una mierda, pero claro es su pareja y considero de buen gusto
preguntarlo. Soy un tipo educado, creo. La urbanidad siempre me ha
costado poco.
–¡Oh! Es un genio... y tal, el resto de los mortales seguimos su estela, o lo intentamos. ¿Qué haces este finde?
–Trabajo.
–¿Tienes un bolo?
–El bolo lo tiene otro, yo monto... y tal; como dices tú.
–¡Qué mierda!
–Es un trabajo y Julio es un buen tipo.
–¿Julio? ¡Oh cielos que nivel!, ¿cómo es?
–Invisible. Solo le veo salir y entrar del camerino. Su padre, el Doctor, es simpático.
–Una vez coincidimos, tiene las manos muy largas.
–Joder con el abuelo.
–¿Crees que tus amigos de Miami podrán prescindir de ti un rato el Domingo por la tarde? Es mi cumpleaños, hacemos una pequeña soire.
–Es una palabra divertida, pero no sé qué significa.
–Significa... Fiesta. Tonto.
Ella continúa hablando, quién viene, quién va. A quién se espera, todo
acompañado de muchos por favor, por favor. Me es imposible negarme,
quizás sigo enamorado de ella, un poco, seguro, pero bueno, no es mi
único amor imposible. Soy promiscuo en amores imposibles, bucólicos,
platónicos,... Ya me entiendes, soy gordo. Gordo. El gran Gordo.
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NYC 2022 001 |
Acepto, claro. Lo haría, aunque solo fuera por ver la cara de desagrado
del pequeño Jota. Hace mucho que cree que se ha librado de mí. Otros le
abren y le cierran las puertas. Se mueve en otra esfera, está a punto de
dar el salto definitivo, la América de habla hispana le está esperando,
le susurra en los oídos su nuevo productor. Tiene calidad, solo le
falta un poco de compromiso, que se traduzca en más dinero por parte de
la compañía. Ésta es reticente, en el negocio no se vive solo de genio,
hace falta un poco de disciplina, continuidad, Jota la tiene, pero para
objetivos y causas que no coinciden necesariamente con los de la
compañía.
Me chivan que está en una espiral descendente autodestructiva de la que
solo remonta a golpes de inspiración. No sé si creerlo, la mentira y la
envidia son miembros fundadores de nuestro gremio y mis espías
voluntarios tienen el raro don de intuir mejor que uno mismo lo que te
gustaría escuchar. No es ningún secreto que Javier y yo venimos del
mismo sitio y él va camino del número uno y yo... bueno, yo dirigir
cuadrillas de tipos que montan escenarios no es lo mismo. Idiotas,
huelen mi aversión, pero equivocan las causas. Creo. Hasta a mí me sueno
pedante.
Llega el domingo y del fondo del armario rescato un traje a rallas
adecuadamente apedazado y ensanchado con trozos de tapicería
damasquinada y una camisa color crema de cuello y puños enormes. Me
examino en el espejo tengo una facha imponente, parezco el cochero de
Napoleón intentando aparcar en Waterloo. Recuerdo a los catorce años,
ver mi cara reflejada en el espejo de un ascensor y decidir no volver a
mirarme nunca más en uno. Pobre muchacho. ¿Sentir pena de uno mismo se
puede considerar un hobby?
Voy retrasado, intento coger un taxi, pero ninguno de los dos ante los
que alzo la mano se detiene. A la mierda, cojo un autobús y cruzo la
ciudad de punta a punta, mirando las caras que suben y bajan en las
paradas, sintiéndome de una raza diferente.
El piso es enorme, creo que pertenece a la familia de Teresa y que
residen en él por algún convenio temporal del que no conozco los
detalles. Javier se ufana de sus orígenes humildes a poco que le des la
oportunidad. Yo sé que hay diferentes grados de humildad, o creía que lo
sabía. Todo lo que creía saber sobre el mundo, sobre la música, sobre
el trabajo, se me ha ido desdibujando, desapareciendo. Me estoy
volviendo, al fin, un adulto y se está produciendo en mí un proceso
inverso al que esperaba, no adquiero con la edad más comprensión de las
cosas, sino que estas se vuelven más confusas, más complejas. Todo tiene
su contrario que se presenta simultáneamente. ¿Siente toda esta gente
que sonríe con copas en las manos lo mismo? Seguramente, si fuman la
misma cantidad de hierba que yo.
Parches entra por la puerta y me guiña un ojo. Todavía tenemos trapis, muchos trapis,
comunes. Desconfío de él, desconfío de todos, más de él que me es
cercano, tiene una delgadez metálica, afilada, es una navaja con dos
patas. Desde el rincón observo como cruza acompañado de uno de sus
primos la sala con un aire furtivo y a la vez exhibicionista y como sin
esfuerzo arrastra magnéticamente con él a unos cuantos individuos que
solo consiguen cruzarle alguna palabra suelta. Sin duda su objetivo es
el príncipe reinante, el consorte de la homenajeada. Los veo saludarse
fríamente y desaparecer tras la puerta al fondo de la sala. Mientras,
una canción desde el estéreo proclama la aceptación de la total
individualidad, del solipsismo, el pensar solo en uno mismo; es triste y
ardiente, suave y áspera, es una buena canción. Pienso en Parches,
recuerdo el día en que murió el grupo, no consigo creer en su tibia
familiaridad. Siempre ha sido un nota de convicciones tan estúpidas como
intensas, creo que esconde profundos odios que ganan en intensidad con
el tiempo, como algunos vinos ganan bouquet.
¿Lo crees exagerado? ¿Me domina la paranoia? Sí, pero míralo ahora que
sale de la habitación y acepta ser abordado por otros; mira esa tensión
automática, esos labios despectivos, su decisión de ignorar a todo el
mundo, ese afán de prevalecer. Todavía le escuece la hostia, las
hostias, que le metí por bocazas, él solo espera su momento. Que espere.
Todavía tengo alguna más si no se fue bien servido.
Teresa me ve y me saluda alegre, pero en seguida ella también se ve
atraída hacia los rincones donde la gente desaparece para reaparecer
unos minutos después más lívidos, más brillantes y verborreicos mientras
inconscientemente sus dedos parecen buscar insectos que corren por su
cara, por sus cuellos. Alguien vomita contra la pared y provoca más
gestos de resignación que de desagrado. ¿Cuánto de esto es mi obra?
Nada de lo que veo es un espectáculo nuevo, la droga ha ido invadiendo
las bambalinas de mi mundo como una mancha de aceite que se expande
sobre el agua. Lo gracioso es que la historia al principio tuvo hasta un
sentido, era una protesta, un rechazo a lo anterior, un intentar
demostrar que era posible caminar hasta el borde y que allí no te
estuviese esperando uno de los demonios, de los monstruos, con los que
nos habían estado asustando, controlando, desde niños; nos equivocamos
pues: tras ese borde sí que habita un monstruo, tiene tu misma cara.
Nadie parece preparado para reconocerlo, para intentar volver atrás,
todos saltan alegremente al abismo. Parecen haber olvidado por qué se
acercaron hasta ahí.
Huyo a otro cuarto. Me escondo, no quiero ser visto, sobre todo no
quiero ver a Teresa. Siempre en mis fantasías ella es una princesa y yo
un vagabundo. Yo continúo siéndolo, pero comienzo a no tener adjetivos
para ella. Esto es un dormitorio infantil, libros de cuentos en las
estanterías, peluches. Todo está en su sitio y a la vez parece
abandonado, olvidado desde hace mucho tiempo. Me siento en la cama sobre
un cobertor de colores apagados por el tiempo y me fumo mi enésimo
petardo del día. En el rincón, entre el armario y la pared hay una
guitarra. Reconozco el momento, una canción es siempre un sentimiento,
ese es el germen de la que brota; después crece en cualquier dirección
para reírse o volverse sobre sí misma, pero en el principio es el mismo
encogimiento del corazón, la expansión del alma.
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No Lugar 001 |
Que pedante, pero no sé otra manera de explicar esos momentos en que soy
más que yo mismo sin dejar de serlo. Cojo la guitarra e intento
explicarlo, no encuentro palabras, no importa, he de recordar lo que
siento y ya saldrán luego. Una canción es la confirmación de que algo
realmente pasó. Esto es bueno, debería apuntarlo antes de que lo olvide.
Los sonidos de la fiesta me llegan amortiguados, pienso en como largarme
con discreción, es fácil no creo que mi presencia o no –con Parches
rondando por aquí– le importe demasiado a nadie. Puede que un poco a
Teresa, no demasiado. Ella es tierna conmigo. ¿Cree tener algún tipo de
deuda? No soy el traumatólogo que le redujo la fractura. ¿Su relación,
su falta de relación conmigo, es una manera de fustigar a Javier? Ya
estoy hecho a ese papel, me debe poner de vuelta y medía cuando no estoy
delante. Mientras pienso mis dedos encuentran algo escondido entre el
diapasón y las cuerdas, lo siguen, lo pierden, lo reencuentran y se les
vuelve a escapar. Bufo y saco mi libreta del bolsillo y trabajosamente
apunto acordes, calculo distancias en tonos y semitonos. Cambio la
progresión de menor a mayor, luego vuelvo a la original... Lucho armado
con lápiz, papel y tozudez contra todas esas cosas que un músico de
verdad hace desfilar en su cabeza sin esfuerzo. Un músico de verdad,
nunca lo seré, estoy convencido. No importa, hay un germen de melodía,
mi pulgar ataca el bordón Pom Pom Pam... lo tengo. Espera, no lo
aprietes, es como dicen que hay que sujetar una espada, como un
pajarillo, no hay que apretar demasiado para no ahogarlo ni dejarlo tan
suelto como para que escape volando. Vuelvo a tocar la progresión y un
boceto de lo que puede ser un puente... Me siento absurdamente
satisfecho, tanto que muchas veces es en este momento cuando lo dejo,
abandono el instrumento sobre el soporte, convencido que cualquier
repetición, cualquier prorroga solo conseguirá estropear el momento. Es
mejor que la droga. Me gustaría poder compararlo con el sexo. Esto
último es una broma magnífica y a la vez una realidad doliente. Río
flojito y solitario y paso las páginas de mi cuaderno. Quisiera tocar
está, repasar aquella, pero me estoy meando. Regreso a la fiesta, esta
ha llegado al estado baboso, las luces amortiguadas ocultan nuestra
bajeza. Todo el mundo es feliz, a todo el mundo se le cierran los ojos.
Parches desde una altura imaginaria contempla su obra, nuestra obra y
calcula los beneficios cuando se corra la voz.
He de salir de todo esto. Es la primera vez que lo pienso con todas las
letras, no como un tensión en el estómago. Mientras orino veo manchas en
los azulejos, cientos de diminutas gotas, un espray de sangre, la
eyaculación de una jeringa, alguien se cree muy gracioso. Vuelvo a
pensar en marcharme, pero el camino hasta la puerta me parece muy largo y
me gustaba el dormitorio infantil con su guitarra española, sus
pegatinas redondas pegadas sobre el diapasón. Regreso, doy un paseo por
fuera del tono a ver cómo suena, mientras resigo las estanterías con la
vista. No llego a poder leer los títulos en los estrechos lomos de
colores, pero los reconozco como libros llenos de ilustraciones,
impresos en papel muy satinado para hacerlos más fáciles de limpiar. Los
peluches son asexuados, no hay ninguna muñeca, ni pistolas de juguete.
Un monito de peluche y carita de plástico sonríe apoyado en un
radiocasete rosa y azul. Más allá descubro un comediscos, un engendro
con el que se pueden escuchar discos de 45rpm introduciéndolos a través
de una ranura; el tope de la gama, junto a la bicicleta y las pistas de
coches de carreras en juguetes para niños. Algo inalcanzable para mí de
chavalín; debería comprarme uno. Toco una canción que habla de eso y
después Ladrón de Discos y también Llegas Tarde
y una vez más me convenzo de que son buenas, sí que lo son, son
auténticas, sufridas, luchadas y bla bla bla y que no me importan que
desparezcan en el aire, porque ¿no es ese el fin de todas las canciones?
Entonces vuelvo a ir a mear, regreso y vuelvo a tocar, durante un rato
más, pero ya no estoy solo porque el estupor comienza a pasársele a la
gente y claro, es la fiesta de la chorba de un músico y hay unos cuantos
de estos impresentables y nos pasamos la guitarra y cantamos chorradas y
vuelvo a casa pensando que ha sido una fiesta estupenda y que no tengo
que hacer caso al encogimiento continuo que siento en el pecho.
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