Quince minutos --Capitulo VIII b- Garraf
La cala, el pueblo, las casitas, todo es tan pequeño que parece de juguete, un juguete carísimo. De niño habíamos venido algunas veces, en el verano, a bañarnos. Cuando me bajo de uno de los pocos trenes que paran aquí pienso que está igual de encantador que entonces, creo que es su pequeñez lo que lo conserva así. Está tan delimitado por las rocas, los barrancos, la vía del tren y el mismo mar que aquí no parece posible nada de eso que llaman desarrollo. La dirección a la que voy no está demasiado lejos del apeadero, nada está más lejos que de un bonito paseo aquí. Llegaría en nada, si no fuera por el desnivel. Soy un hombre pesado, me lo tomo con calma.
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HongKong 2022 |
Vista desde la calle, a través de los estrechos huecos de la valla –construida con listones individuales de hierro clavados verticales en el suelo–, la casa parece pequeña y rodeada por un jardín mineral, donde solo crecen dos pinos bajos y retorcidos, unos pocos margallons y en los huecos de las piedras algunas crasas de aquellas que de niño llamábamos uva de pastor. Pico el interfono y espero. Me pregunto si la casa es de propiedad o alquilada, por aquí los alquileres son estratosféricos; ¡joder!, vive alguna de las estrellas del primer equipo; aquí o en Sitges. Sitges mola, pero Garraf, Garraf es otra cosa, al menos para mí.
¿Púas también es una estrella?, sí, en lo suyo; si no no podría vivir aquí. ¿Qué es lo suyo? Estar aquí ahora. Vuelvo a picar el timbre y al cabo de un segundo la gran puerta doble de vehículos se abre, esto me hace consciente de que nadie espera que llegue alguien caminando hasta aquí. Siento decepcionarles. Me cuelo por la puerta abierta. Enseguida me doy cuenta de que la propiedad es más grande de lo que parece, lo que he tomado por la casa es solo su bonete, el resto se desparrama sobre la lenta curva descendente de una loma pétrea que más de cincuenta metros allá decide convertirse en acantilado.
Una chica agita la mano desde una de las terrazas perimetrales a la casa. Me hace el efecto que va desnuda y a la vez cubierta de una confusión de collares, pañuelos, pareos y todos los complementos que se te puedan ocurrir bajo una pamela de paja enorme. Me siento un mirón, pero como el sendero que tengo bajo los pies solo me da la alternativa de meterme en el garaje –que parece excavado bajo la casa–, salgo de él y cruzando las piedras emergidas del mar me dirijo hacia la Venus.
–Hola. ¿Eres Gordo?
–Lo soy. Busco a Púas.
–Se ha largado a hacer una de esas cosas tan terriblemente importantes que se pasa la vida haciendo. Volverá, ha dicho que cuide de ti; ¿a qué se refería con eso?
–Ni idea. ¿Ofrecerme una cerveza?
–Ya me gustaría, pero aquí nunca hay nada para beber. No se puede dejar nada al alcance de su sobrina malvada. Es una chica que no sabe parar cuando comienza. En realidad, sí, pero le gusta asustar a todos estos viejos.
–¿Y lo consigue? Asustarlos.
–A ratos sí. Ahora creo que ya la han calado o ella se ha aburrido de excesos. Tengo que pensarlo. ¿Quieres un zumo? ¿O una horchata? A mí me enloquece. Dame un vaso de horchata y seré tuya.
Lo dice y descansa las manos en las caderas y adelanta los pechos, bastante grandes y redondos, cubiertos de collares y pañuelos, totalmente visibles y ocultos a la vez. Cualquier otra chica haciendo eso frente a mí quedaría ridícula, pero ella debe sobrevolar bastante por encima el metro noventa y quedan a una altura que me impide mirar hacia abajo sin sentir no exactamente vergüenza, pero sí algo parecido.
Decido que está loca, con una locura desvergonzada y totalmente falsa, que no es más que un complemento a juego con su sombrero imposible. Por propia iniciativa me siento en uno de los sillones de rafia color arena que amueblan la terraza.
–¿Cómo te llamas?
–Llámame cielo o quizás cariño –contesta mientras lanza la pamela como un frisbi que aterriza en el asiento del sillón más alejado.
–No tengo bastante confianza para llamarte así.
–¿Y yo tengo qué llamarte Gordo?
–Sería lo adecuado.
–Vale, te llamaré Gordo. ¿A qué te dedicas Gordo? ¿Eres una estrella? ¿Un productor famoso? ¿Un gran tiburón de la industria?
–Boquerón de la industria, más bien un boquerón.
Ella se queda silenciosa un segundo y luego se echa a reír, puede que un poco demasiado alto y después se desploma ante mí en una chaise longue a juego con el sillón en el que estoy sentado y con todo lo que se ve por aquí, dedica un tiempo a recolocarse todos los trapos que lleva encima hasta que muestran exactamente lo que ella quiere enseñar, luego suspira satisfecha.
–Eres gracioso. Viejo, pero gracioso.
–Tu eres joven y …no se me ocurre nada más. ¿Eres algo debajo de tus disfraces?
–Retiro lo de gracioso.
–Yo lo de joven. ¿Crees que Púas tardará mucho?
–Tardar, me tiene abandonada, tirada... olvidada aquí, le avergüenzo, soy una chica muy mala, soy la peor de sus sobrinas. Aun así, tengo que estarle agradecida. No me han ido bien las cosas, necesito resetearme, ¿lo entiendes?
–Sí claro, creo. ¿A qué te dedicabas? ¿Qué es eso que te ha ido tan mal?
–Follaba por dinero.
–Me parece imposible que te fuera mal.
–Soy muy holgazana, solo tenía un cliente, un día se cansó y se fue con una más joven.
La conversación queda interrumpida por el ruido de las puertas al abrirse. Simulo quedarme hipnotizado con ello. Cuando las puertas aún no están abiertas del todo un cuatro por cuatro redondeado y brillante entra enorme y silencioso transportando a Púas en el interior.
–Mi Titojorge –Dice ella con un retintín de fastidio y es cuando comienzo a sopesar seriamente que ella sea familia de Púas–, se acabó la fiesta.
Púas encara el vehículo con la puerta del garaje y lo detiene allí. Baja de él, hace un gesto de saludo y vuelve a meter medio cuerpo dentro para salir con las manos llenas de periódicos. Oigo una puerta corredera detrás mío, cuando me doy la vuelta ella ha desaparecido.
–¿Hace mucho qué llegaste? –se interesa educado Púas mientras se derrumba justo donde hace un segundo estaba la Diosa del Amor, Amor con mayúscula.
–Diez minutos.
–¿Te han violentado?
–No demasiado, sí que me han asustado un poco.
–Es lo que mejor hace: asustar. A todo el mundo. Desde pequeña. Mi hermana no puede con ella. Su futuro ex–marido lloraba cada noche bajo su balcón, ella a cambio le tiraba macetas. Ahora está aquí asustando a los vecinos, apedreando a los gatos y paseándose en pelotas por el borde del acantilado, al final provocará un naufragio. Estoy harto, pero la familia es la familia. ¿Éramos así de jóvenes?
–Así o parecidos.
–¿Y al final se nos pasa?
–No lo sé.
Púas parece sopesar mi declaración, deseando rebatirla, Seguro que puede hacerlo, mi filosofía está basada en letras de canciones y claro es muy subjetiva. Igual la suya se basa en lo que lee en los periódicos, medía docena de ellos descansan sobre la mesa baja entre nosotros. Los señalo.
–¿No tienes internet? Hasta yo tengo internet.
–Odio leer en una pantalla, prefiero el papel.
–¿Los lees todos?
–No siempre, ahora hay asuntos que prefiero seguir de cerca.
Supongo que se refiere a la sucesión de demandas cruzadas entre algunos autores, la sociedad que debería defender sus derechos y los diferentes grupos del interior de la sociedad que se acusan unos a otros de pecadillos contables y trato de favor. No me importa Autores, siempre ha sido algo lejano para mí, al contrario que para Púas, y hasta para Javier –cuya capilla ardiente estuvo en los salones de la sociedad y fue más visitada que la de Franco o al menos eso parecía por la tele.
Púas se ha estado removiendo en la chaise longue durante toda la conversación, pero al fin parece haber encontrado una posición cómoda y se frota los dedos de una mano contra los de la otra. Es un gesto que le he visto hacer de siempre, calentar los dedos justo antes de tocar, pero ahora lo que hace es pedirme cuentas.
–Explícate Gordo.
–Creo que tengo un comprador, un posible comprador. Querrá examinar la guitarra.
–¿Quién es?
–Alguien que alguien conoce. Eché un vistazo en internet, tiene una treintena de vídeos colgados, un poco de todo, fiestas, presentaciones, actuaciones, famosos, el gran mundo. Es un potentado, hijo y nieto de potentados, parece que se puede permitir cualquier capricho.
–Veámoslo –dice levantándose y haciéndome el gesto de que le siga al interior de su choza.
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Grúas de HK 2022 |
Al frente de la casa, en la fachada que da al mar, un salón muy amplio
casi totalmente acristalado resigue el largo de una piscina cuyo borde
más alejado intenta confundirse con el horizonte. Hay un esbelto
escritorio en un lateral, Púas, me ofrece el asiento a juego antes de
que a petición de sus dedos la mesa escupa un monitor. La silla es
estrecha para mí y mis codos tropiezan con los reposabrazos mientras
tecleo y consigo que las aventuras de Ramoncito llenen la pantalla.
–Yo a este tipo lo tengo visto –asegura Púas.
–¿De dónde?
–Ahora no sabría decírtelo.
Pasamos la hora siguiente resiguiendo la huella digital de Ramoncito en
internet, hasta que se nos hace conocida la cara ancha y morena y su
sonrisa, en la que parecen haber más dientes de los necesarios. Le
acompañamos en los más diferentes saraos posibles a lo largo y ancho del
mundo. Asistimos, entre otras cosas, al unpacking
de su McLaren. Me choca que tenga más de mil amigos en las redes
sociales, yo no tengo ninguno. Soy un ser de otra época. Acepto que
nunca he tenido demasiados amigos, pero que mil tipos se interesen por
con qué o con quién me emborraché anoche me parece ligeramente obsceno.
La chica vuelve a aparecer, camina al otro lado de los ventanales
iluminada por el sol. Ahora lleva un quimono sencillo, se ha pintado
mucho los ojos y luego ha debido usar un espray de agua para que todo el
maquillaje se corra como si hubiera llorado, estaría fantástica en la
portada de un LP. Púas sorprende mi mirada.
–Muy artística –digo.
–Sí, no lo hace mal, le prometí que podría quedarse contigo, cuando acabáramos.
–¿Quedarse conmigo!
–Sí hombre, escríbele un par de temas, hazla gritar un poco.
–¿Por qué yo?
–¿Sinceramente?
–Claro.
–Le prometí que le presentaría a alguien que la ayudaría a hacerse un
repertorio y a su madre que le quitaría de la cabeza la historia. Creo
que contigo cumplo con las dos. Además ¿crees que estoy en un momento en
que nadie me vaya a hacer un favor? ¿Conoces alguien más barato?
Además, está loca, loca a tu estilo.
–¿Mi estilo?
–Tu estilo.
–¿Cuál es mi estilo?
–Sufro mucho, soy muy sincero, os abriré mi alma y luego os mataré lentamente.
–Lo has clavado.
–Claro.
Ramoncito se ríe de nosotros en la pantalla y luego se bebe una cerveza
con ¡el puto Ted Nugent! Mi segundo facha favorito. Los dos nos quedamos
sin habla. Hasta que Púas da una palmada, obliga a que el escritorio se
trague la pantalla y desaparece el encantamiento.
–Lo acepto, tiene la pasta y las ganas. ¿Gordo, por qué vives en esa
mierda de piso, en esa mierda de barrio, si en veinticuatro horas te
presentas con... inversores como este bajo el brazo?
–No es una mierda de piso, el barrio es mejor que nuestro antiguo
barrio. Tiene una gran ventaja: nadie te demanda, si acaso solo intentan
apuñalarte, pero bueno, eso pasa en todas las familias ¿no?
–Sí. ¿Tenemos una oferta?
–No, no lo sé. Cuando hablé con él le dije que era una subasta, él no
ofreció nada, pidió las fotos, y ahora tengo una llamada perdida suya.
Tengo una llamada perdida por qué no le cogí el teléfono. Él querrá
verla. ¿Estás preparado para eso, Púas?
–Lo estoy. Cuando quiera, donde quiera. Llámale.
–¿Ahora?
Púas no tienen dudas, nunca las tiene. Yo cada vez tengo más, cada paso
que doy en esta historia me cuesta más que el anterior. Hay mucho dinero
en juego y donde lo hay siempre hay más posibilidades de cabrear a
alguien a quien no se deba cabrear.
–Podemos probar, pero Púas: yo me voy a tener que echar a un lado más pronto que tarde y esto se transformará en tu baile.
–Si así lo quieres. Ahora llama, veamos qué le parece.
Marco el número largo de nuevo, espero mientras la señal atraviesa capas
de silencio y suena el timbre al otro lado de un vacío eléctrico.
Suena un timbre
Al otro lado de un vacío eléctrico
Espero, soy bueno esperando
Como malo soy olvidando
No sirve de nada negarlo
¿Son malas noticias nena?
Tendré que vivir con ellas
Cuando ya no estés.
–¿Aló?– Es la misma voz que la otra vez.
–¿Me pone con Ramoncito, por favor?
–Enseguida, espera su llamada, Señor Gordon.
La voz me ha aceptado en su mundo. No he de ser rencoroso, seguramente
solo hace su trabajo, filtrar las llamadas del gran jefe.¿Gordon?, no es
mal apodo, nombre de ginebra. Podría hacerme llamar Señor Gordon y
tocar cosas de Elvis, acompañado solo con el bajo, seguro que alguien ya
lo ha hecho. Una voz interrumpe mis flipadas.
– Vi las fotos un bonito decorado, llevo desde entonces salivando.
¿Sabes qué tengo una hermana que lo sabe todo, todo, sobre el papel?
–No sabía que tenías una hermana, no sé quién eres, solo un teléfono apuntado en el dorso de una tarjeta.
Silencio, no sé si he dicho algo inapropiado, o dice algo ya o colgaré y
pensaré otra cosa, como volver a la ciudad y comprar una batería para
la moto. Me interrumpe un bufido.
–Me he quedado sin aire. Hoy estoy fatal, pata ¿Sabes de quien es ahora el Hoffner?
–¿Qué Hoffner?
–Ya sabes que Hoffner, todo el mundo sabe qué Hoffner. Tú has visto una
foto… pero yo sé quién lo tiene ahora, te daré una pista: no es el Maca.
Conseguiré una muestra del bonito papelote que lleva pegado, la tendré
mañana o pasado a más tardar. ¿Quieres seguir en el juego o te han
entrado las cagarrinas?
Miro a Púas, su cara es de total inocencia, eso me debería aterrorizar. Hace una seña de adelante.
–Sigo en el juego. Debería decir seguimos en el juego.
Silencio otra vez, no sé cómo me apaño, pero sé que le estoy pisando
algún callo sin proponérmelo. Esta vez no dejo que el silencio se
prolongue.
–No hay ningún problema, pero es un asunto delicado, Sé que tiene que
examinar cuidadosamente el género. Solo tenemos que cuadrar fechas,
comprenderá que hay más gente …
–¡Más gente! ¡Comprender! No quiero comprender nada. Yo solo quiero ver
la jodida guitarra. Si la autentifico es mía. Te daré lo mismo que dio
el ruso por la P36.
Se me seca la boca. La P36. Dos millones trecientos mil dólares, en una
subasta, hace tres o cuatro años. Una Gibson, muy redondeada, con una
P90 pegada justo al taco del mástil. En las fotos de la época colgada de
él o de su colega –el místico, no cara de niña–, que tenía otra igual,
parece casi Jumbo, enorme. Aunque no lo es tanto, todos eran bastante
canijos, niños de posguerra, por eso lo parece. Una guitarra que también
le robaron, desaparecida durante un chorro de años. ¿La diferencia? El
robo prescribió, no estaba asegurada.
–Es un precio interesante –acierto a balbucear.
–Es un precio que nadie te dará. ¡Rafael! ¿Qué día estamos en Madrid...
¿Eso es el sábado? Tráela este sábado, antes del vermut, me habéis
enganchado al vermut. En el hotel, el sábado. A la una. Rafael dile que
puto hotel es.
Se escuchan unos cuantos golpes mientras el teléfono rebota sobre algo hasta que alguien lo atrapa.
–¿Sr. Gordon?
–¿Rafael?
–En Madrid nos alojamos en el Hotel Villa Magna, en la Castellana, pero
claro usted ya debe conocerlo. Dadas las múltiples ocupaciones del Señor
le sugiero que me llame sobre las once para confirmar la cita.
–Así lo haré. Gracias.
–No se merecen.
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HK 2022 003 |
Púas está impertérrito, yo como un flan, debe mover millones cada día, eso o se ha muerto de la impresión.
–Dos millones trescientos mil dólares –silabeo.
Púas parece despertar, arruga un pelo la nariz y el muy capullo suelta:
–Un porcentaje sobre dos millones trescientos mil dólares y el dólar está bajo.
Como no sigo el mercado de divisas –aunque recuerdo que el tipo de la
cara de mono, el otro día en la tele, dijo que era el más grande del
mundo– no se lo discuto, lo que le digo es:
–Sé dónde está ese hotel, van tipos importantes. Tendrás que ir a Madrid, ¿cómo lo tienes?
–Iremos, no lo dudes.
Púas se levanta y desaparece tras una puerta, por la que regresa en
menos de un minuto, lleva un sobre de papel de estraza, lo abre y
comienza a contar billetes de cincuenta me tiende un puñado.
–Busca transporte, ida... ¿Regreso, abierto? Hotel, no el mismo, pero
cerca. Que cojones, ocúpate de los detalles. Siempre se te han dado
bien, ¿salimos el viernes para estar allí el sábado frescos? El viernes
por la mañana voy al juzgado, a las nueve…
Habla y habla, no suele hacerlo, así no. Le brilla la mirada
¿Porcentajes? Parece que ahora él vive para esto de los porcentajes.
Debe necesitar la pasta, igual que yo. Miro a través de los ventanales,
la chica del quimono ensaya escalas y poses junto a la piscina. Me
parecen desmayos o momentos mortis. Ahora
está probando, bajito, diferentes chillidos de horror, creo. Me he
olvidado de Púas. Salgo al exterior, me acerco a escuchar sus grititos.
Son bastante musicales. Al final no puedo contenerme y le digo, por
decir algo.
– ¡Eh! Eso está bastante bien. Muy sentido. Suenas muy asustada.
Ella me mira, de golpe parece muy enfadada. ¿Por qué he planteado la
posibilidad de que algo pueda asustarla? Creo que sopesa la posibilidad
de empujarme a la piscina y doy un paso atrás alejándome del borde, por
si acaso. Ella debe darse cuenta de lo que pienso, porque se echa a reír
antes de darse la vuelta y regresar hacia la casa llevándose con ella
mi corazón. Son malas noticias nena, tendré que vivir con ellas, cuando no estés.